jueves, marzo 26, 2009

Mover las cachas, toma dos

Señoras y señores, toda mi vida he estado sumergida en una pestilente ficción. Culpé a la genética, a mi metabolismo lento, a las caderas del lado de mi viejo -que se morían de ganas de saltar de generación en generación las muy hijas de puta-, a mi actitud de sibarita con mucho tiempo libre hacia los ravioles de ricota. Pero lo cierto, lo innegable, es que sea lo que sea el culpable, yo viví veintitrés años atrapada en la idea fija de que para ser flaca hay que hacer dieta (estricta, con nutricionista nazi y papel acusatorio pegado en la heladera).

Siempre me dio gracia la gente que sale a correr, la que entrena, la que paga la cuota mensual del gimnasio, y por si fuera poco, va!!! Ya he hablado alguna vez en este blog de cómo tratar de estar mejor me producía más tribulaciones de orden filosófico que satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero.
Pero ahora, ahora, hoy, cuando volvía del gimnasio (la secuela: el imperio contraataca), extrañamente contenta y sin preocupaciones invadiéndome la cabeza, tuve una epifanía muy acorde con los sentimientos que cruzan todo lo que hago últimamente. A saber: lo que hice siempre, o de a ratos, cuando me venía la voluntad transitoria; eso de cortar con los carbohidratos y almorzar calabaza hasta ponerme naranja, era una estrategia de pura privación. Lo de ahora, esto de apagar la tele y ponerme las calzas, y seguir la coreo sonriendo mientras me repito que si quiero, puedo cambiar todo; esto de sentir placer por tener un cuerpo vivo y ágil, además de comer sano y pedir chop suey en vez de arrolladitos primavera, deja de ser privación, y es acción pura.

Perdón, pero hoy vino Tamara Di Tella a escribirme el blog.

Lo que pasa es que todos sabemos que cuando se cambia el eje, uno se sale de su órbita, pudiendo causar la colisión de universos enteros.
Nadie sabe cómo serán esos mundos que se avecinan.

Yo no puedo esperar para averiguarlo.

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domingo, marzo 22, 2009

Que quede claro

La felicidad es una decisión

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miércoles, marzo 18, 2009

No te olvides nunca que...

...todo lo que creías que era lineal, es en realidad circular

... y que cuando algo es en esencia verdadero, también lo es su opuesto

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martes, marzo 10, 2009

Aquí y ahora

Cada vez que cambio un "¿qué habría pasado si...?" por un "¿qué pasaría si...?", me anoto un poroto en la cuenta de la vida

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martes, marzo 03, 2009

El grito de gol

En la cancha, ellos siempre parecen ser más. Sus piernas corren más rápido, sus pases llegan siempre primero, las tácticas de defensa les funcionan todas las veces, y para colmo, las banderas que los alientan son más coloridas y flamean con el impulso de un viento que da vuelta la esquina al encontrarse con las mías.
Ellos son más. Los míos, por el contrario, escasean, dejando huecos en el césped y en la tribuna.
Yo soy hincha de un equipo que el folclore futbolero local ha dado en llamar pecho frío. De esos que, entre correr y quedarse en el molde, prefieren lo segundo; de los que pueden salir últimos casi sin darse cuenta; esos equipos fantasma a los que estar o no estar les da exactamente lo mismo.

No me da vergüenza, no es eso. No siempre se justifica aquello que se ama. Pero no los entiendo. No los comprendo ni un poquito, porque mi equipo y yo somos todo lo contrario. A mí se me va la vida en cada partido. Yo corro hasta desangrarme los pies, aunque no llegue la asistencia, aunque el área parezca estar del otro lado del horizonte, aunque el DT me diga que ya estoy para el cambio, aunque me corten las piernas en cada jugada.
Los otros tocan la redonda como artistas, la toman entre los pies, y la mecen juguetones como quien acuna un bebé que no tuvo que parir con dolor.
Yo erro penales, la pateo derechito al travesaño, y me la roban justo ahí, cuando creía que era mía, que había llegado por fin el momento de festejar. Estoy cansada y transpirada y pienso que ya no puedo, pero siempre sigo jugando. Tantas veces me lesioné creyendo que era el último partido.

Yo tengo la camiseta puesta y estoy lista para la revancha. Pero cuando, desencajada, veo a la pelota entrar en mi arco, y mi dolor se silencia bajo el grito de gol de la tribuna contraria, me pregunto por qué a veces todo parece ser tan fácil para los otros, y para mí, tan difícil.

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