Por una serie de (lindos!) proyectos personales que estoy por encarar, ando necesitando plata. Así que a mi laburo de siempre le agregué la noble changuita de hacer desgrabaciones.
La cosa es que por alguna extraña razón cuando enchufo mis auriculares a los parlantitos de la computadora, el cable queda alineado con vaya uno a saber qué porción del éter, de manera que capta misteriosamente la señal de Radio La Tribu, sin que yo la sintonice –ni por dial, ni por telepatía–.
O sea que cuando pauso el audio que estoy desgrabando para tipear, estirar los dedos o tomar un sorbo de té, los sonidos de la radio se meten por mis oídos. Como para recordarme que esto es un rato, un circunstancial
ahora, pero que mi deseo y mi horizonte están puestos en otro lado.
Todo mundo en el que estamos captura una frecuencia del mundo en el que queremos estar. Sólo hay que concentrarse y dar paso a los sonidos sutiles, a las músicas que se avecinan, a la mágica posibilidad de que el presente y el futuro, la presencia y el sueño, entren en resonancia.
La frecuencia de mañana está vibrando en este instante. Sólo hay que saber escucharla
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