sábado, noviembre 29, 2008

Viva la diferencia

Un hombre ordinario piensa con el pito
Un hombre extraordinario te hace el amor con el cerebro

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lunes, noviembre 24, 2008

Crecer

Crecer no es ser más grande
es mucho más que eso
Crecer es ser más libre
Crecer es ver más lejos
Crecer es ser los dueños de nuestros propios sueños
Es intentar el riesgo aunque toquemos fondo
de ser más parecidos a lo que en verdad somos
(sí, estoy citando a Chiquititas)
Este año cumplí veintitrés. No fue uno de esos cumples deprimentes. Se sabe: el onomástico es una fecha clave en el año, donde uno hace un balance de los últimos doce meses, se pregunta seriamente si está yendo por el camino correcto, y necesariamente termina marcando una crucecita en el debe o en el haber. No hay mucho que decir. A la hora de soplar las velitas, no hay grises. Está todo bien, o está todo mal.
Repito, éste fue un buen cumpleaños. Lo pasé en casa cenando con la gente que de verdad me importa. Disfruté. Sonreí. Todo estaba bien en el mundo. Pero al día siguiente, me cayó la ficha: veintitrés está más cerca de los veinticinco que de los veinte. Oficialmente, estoy grande. No más adolescencia para mí, por si quedaba alguna duda.
Y a decir verdad, crecer no es tan malo. Últimamente es raro que vuelva a casa a las ocho de la mañana después de una noche de fiesta y descontrol, pero no porque mi edad no lo permite, sino porque en realidad ya no es lo que quiero. Pero si la adolescencia es un período de parranda, confusión y acné, la niñez es el tiempo de los juegos, del descubrimiento, de forjar lo que uno es. Me pregunto si con el crecimiento también perdemos la inocencia, esa parte de chico que habita en cada uno de nosotros.

¿Habita, dije, o habitaba? ¿Dónde se fue nuestra infancia? En el jardín, cantábamos eso de que si usted tiene muchas ganas de aplaudir, tiene la razón, y no hay oposición, entonces no se quede con las ganas. Ahora, por alguna razón, parece ser más difícil. ¿Qué nos pasó en el camino? Sin darnos cuenta, nos subordinamos a los horarios, jefes, fechas de finales y deseos de los otros. Por momentos, parece que perdimos el norte, y por si fuera poco ya no podemos ponernos caprichosos y pedirle llorando a mamá que nos compre una brújula.
Y mientras seguimos desorientados, lo único claro es que el mundo sigue avanzando más rápido que nunca, y todos los relatos de la infancia han caído. No hay lugar hoy para el romanticismo del príncipe buscando desesperadamente a Cenicienta para devolverle el zapatito. ¿Para qué molestarse en salir de casa, si es mucho más fácil mandar un mail a todos sus contactos avisando que lo encontró? Por estos días, la malvada reina no necesita envenenar a Blancanieves para ser la más bella. Le alcanza con extensiones y unas inyecciones de botox. Caperucita no tiene que internarse en el peligroso bosque para ver a su abuelita, ahora se conforman con el videochat. Y Hansel y Gretel, perdidos y asustados porque un parajito se comió las miguitas de pan que habían dejado para marcar el camino, no tienen más que sacar el celular y llamar a su papá para que los venga a buscar.

Es innegable: saber que ya no podemos creernos ciertos cuentos da mucho miedo. Pero también abre el juego. Que caigan los relatos que construimos para narrarnos a nosotros mismos, quiere decir que tenemos por delante una hoja en blanco y el propio deseo como único timón para reescribirnos.
La infancia era el tiempo en que todavía no sabíamos que el Payaso Plin-Plin y el Feliz cumpleaños tenían la misma melodía. Quizás sea bueno perder la inocencia, porque significa que no podemos seguir haciéndonos los tontos.
Ahora estamos grandes, y en el mejor de los casos sabemos a qué suena la canción que cantamos. Qué hacemos con ese conocimiento, es otra cosa. Tal vez nos hagan falta unos años más para dilucidarlo. Pero mientras tanto, podemos seguir festejando que crecemos, y cada año soplar las velitas en una enorme torta de chocolinas, rodeados de la gente que elegimos y haciendo mucha fuerza para que se cumplan nuestros tres deseos.

viernes, noviembre 21, 2008

Día del lector anónimo

Ea ea!
Todos los días muchísimos (¿cientos? ¿miles? ¡cientos de miles!) de lectores pasan -accidentalmente o con religiosidad- por numerosos blogs sin dejar rastros. Ya sea por timidez, por apatía o porque no tienen nada que decir, los lectores anónimos son un verdadero ejército silencioso que merecía tener su día en el calendario.
Por eso, el 21 de noviembre es el Día del Lector Anónimo, la jornada en la que los mudos visitantes podrán dejar su marca en los comments. Un día dedicado a los que más leen, pero menos comentan.
Anónimo querido... ¡este es tu día! Te invito a comentar, y llenar mi corazoncito de alegría (oops, me quedo re chufa, chufa, cha y bastante maricona la invitación). Pero en fin..., ¡hola!

Ah, y no se olviden que el Día del Lector Anónimo es una iniciativa de José, Lake y Capitán Intriga

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miércoles, noviembre 19, 2008

Clasificados

Se busca antihéroe para protagonizar comedia romántica.
Horarios flexibles. Buen humor excluyente.
Tratar aquí.


Clasificados es una sección de mi amiga personal Tami Nabel

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domingo, noviembre 09, 2008

To speak or not to speak

El sexo no es un tiempo para charlar. De hecho, es uno de los pocos momentos en mi demasiado articulada, extremadamente verbal vida, donde es perfectamente apropiado –si no preferible– callarse la boca.
(Miranda Hobbes, Sex and the City)
Esa noche en el bar, él era pura literatura. Era imposible no admirar su forma de conjugar las palabras, el modo preciso pero violento e irreverente en que irrumpían sus ideas, la cadencia de los puntos sobre sus íes, que a esa altura me parecían flores.
Fuimos a un lugar notablemente horrible, pero confié en mi William Shakespeare de copetín, en mi cáustico Manuel Puig, para volverlo poético.
Nos recostamos, y se quedó callado. De repente era pura contención. No más puntos sobre las íes, no más cartas sobre la mesa, no más palabras. Ya no pude leerlo. Se había vuelto para mí un libro cerrado, un enigma cansador e indescifrable.
“El verdadero desafío es el silencio. El vacío que no se puede llenar con palabras”, le dije. Nos dije.
No se si me entendió. No dijo nada.

¿Cómo sería el Marques de Sade en la cama? ¿Le quedaría a Cortázar algo para decirle a una mujer desnuda en sus brazos después del capítulo 7 de Rayuela? ¿Habrán sufrido Elsa Astete Millán o María Kodama alguna vez problemas de índole horizontal? ¿O sería Borges el fervor de Buenos Aires, un laberinto circular, una catarata de variantes amatorias configuradas –como sus escritos– en una sutil arquitectura de mesura y desmesura?

No puedo terminar de decidir si la cama es un campo minado de palabras, o simplemente un campo minado. Supongo que depende de cada guerra, y más aún, de cada guerrero.
La flora y la fauna de esta ciudad dan para todo: están los que hablan, los que te piden que vos les digas algo, los que quieren alguna cosa y sin articular palabra se dan a entender, los que avisan, los que pasan sin dejar rastro, y esos nombres que quedan escritos en el cuerpo, con tinta invisible e indeleble.
Tal vez el dirty talking es para los más mentales, dueños de cerebros con tanta presencia erótica en el plano horizontal como en el vertical. O será que con el tiempo todos nos liberamos y hacemos lugar entre las sábanas para cualquier tipo de charla.

Pero de todas las charlas, la de después de es la más difícil. Allí es cuando, a veces, uno se contiene de decir las cosas realmente pornográficas, las palabras deliberadamente obscenas.

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