La historia empieza más o menos así: estás en la primaria, en clase de educación física. El profe, un simpático animalito de cuerpo torneado, sonrisa dibujada y el concepto pedagógico de un primate, dice que hoy van a jugar un deporte x (pongámosle,
pinguibol) y que Pablito y Marianita van a elegir los compañeros para armar los equipos. Está claro que vos no sos ni el uno ni la otra (los datos relevados en forma empírica luego de largos años de exclusiones y poca inteligencia social así me lo indican... y además, vamos, a quién querés engañar, estás leyendo este blog!) así que te dedicás lisa y llanamente a esperar. Durante todo el rato que dura la tortura implorás escuchar el sonido de tu nombre siendo pronunciado por las voces certeras de ellos, los temerarios capitanes, y musitando bajito le pedís a algún diosito de confianza "que no me elijan último, que no me elijan último, que no me elijan último...".
Lo que se sucede más luego no es ni más ni menos que una réplica cruel y deforme de aquella situación iniciática, porque tal como lo dijo Marx, la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia. Con la primaria ya en el más tierno olvido, te pasás el resto de tu vida esperando por las decisiones de los otros. Pendiente, expectante, con el culito fruncido y comiéndote las uñas, a ver si llega ese mail, ese mensaje, si suena ese llamado, si te seleccionan para un trabajo, quedás en un casting, o si tu mamá te quiere. Si el chongo que te gusta te mira a vos o a tu amiga, si el que te dio bola va a quedarse con la llave de tu corazón o con la putita de la ex, si tu novio va al cine con vos o a la cancha con los amigos, si el que se acuesta todas las noches del otro lado de tu cama prefiere hacerte el amor o dormir la siesta.
Esperar, casi toda nuestra existencia es esperar, pero no por el Mesías -que aunque sea algo de poético tiene- sino por toda una serie de ocurrencias terrenales mediadas siempre, pero siempre, por lo que quieren los demás.
Y en ese baile se pasa la vida, mientras vos, inmóvil, seguís siendo ese pre-púber que pide que
porfi lo nombren mejor compañero, abanderado, empleado del mes, gerente general o Miss Mundo, alma gemela, amor de mi vida, futuro padre o madre para los hijos de la persona amada,
y entonces los declaro marido y mujer.
El que espera y desespera se olvida, pobre, de que antes y después de cualquier decisión de otro, hay siempre una elección propia, enraizada en el devenir de nuestra historia con la firmeza de un árbol viejo y sabio. El que vive como una boya en altamar, pendiente solo de faros ajenos que la enceguecen con su luz esquiva, no se acuerda de que ahora, ya parados muy lejos del patio de la escuela primaria, somos los capitanes, los jugadores y los dueños de la pelota. Este, mis amigos, es nuestro partido. Y los que desde chicos jugamos al
pinguibol, pasión de multitudes si las hay, sabemos que la mejor defensa es un buen ataque, que para ganar hay que hacer goles, y que para eso hay que salir a buscar siempre, pase lo que pase, el arco contrario.
Etiquetas: amor, relaciones humanas, teorías trascendentales