sábado, julio 07, 2007

Lo público, lo privado, los ídolos y el amor

El rock nacional habla mucho de amor. La masa sudorosa que se amontona y se toquetea en los estadios no pide sólo sexo y droga. Los discursos del más noble de los sentimientos –según dicen los entendidos– atraviesan el pogo, cortan en dos el bardo y lo resignifican.

En Argentina, el rock and roll es pueblo por excelencia, y como tal tiene los pies sobre la tierra. A veces también vuela, pero eso es otra historia.
En el medio, se configura una visión sobre el amor: el del juego del adentro y el afuera, aquel que se afirma bajo la mirada ajena. “Creo que no te dejé jugar con fuego. Sólo nos dijimos cosas al oído”. Las verdaderas explosiones ocurren cuando se grita a los cuatro vientos; de otro modo, tan sólo cenizas quedan.
En el amor, como en el desengaño, algo es en tanto se ve, adquiere entidad cuando queda evidenciado: “No me lastimes con tus crímenes perfectos, mientras la gente indiferente se da cuenta”. Se sufre en la calle, volviendo al barrio derrotado, sacando a pasear el dolor “como un tonto”, hasta acabar con lo poco que queda de uno mismo.
Y si el amor se arma en lo colectivo, tanto así podrán construirse las corazas en el aval de los otros, para cantar las cuarenta y decir ya no te quiero, ya no me duele (dos veces mentira), “no te olvides que soy grande porque tengo multitudes que me esperan afuera”.
Andrés Calamaro, el encargado de ponerle poesía a todo esto, es un grosso, un ídolo (humano) entre el resto de los mortales, esos antihéroes cotidianos sobre los cuales manda la lógica del qué dirán –la mayoría de las veces, la mayoría de nosotros–.

Pero hay otras veces, otras letras, otros poetas. Fito Paez es (mentira; al menos algún día supo ser) un elevado. Para el que alcanzó la iluminación cada acto está tocado por la magia y el amor se mete en cada recoveco. No hay espacios para amar bien y otros hostiles; el “para mí no existe un lugar mejor que aquí solamente los dos” se derrumba mientras los amantes se apropian del mundo, y el cielo es el límite, y la totalidad transfigurada en belleza se afirma. Y si algo sale mal, “no importa porque todo todo todo todo todo todo esto es de los dos”. Todo es todo, está claro. El amor no se construye por oposición con el afuera, sino que el mundo íntimo es lo único que existe, lo puebla todo, cada rincón del universo. Lo que “nos dijimos... al oído”, el secreto, es la posta.

Lo público y lo privado recortan dos maneras posibles de vivir el amor, y los ídolos les prestan sus palabras. O (los más cáusticos, y tal vez por eso más soñadores) mandan al carajo los esquemas, y que no se diga más. Porque “un amor real” trasciende las sociedades, las reglas del tiempo y de la lógica: “es como dormir y estar despierto”.
Quizás el misterio se esconda más allá, en ese lugar único en el que nadie ha estado porque se funda nuevamente cada vez que se ama, cada vez que alguien cruza “la línea final”.

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