lunes, octubre 08, 2007

Las caretas y las caras

¿Hay algo más careta que un verano en la costa? Gesell de niña y con carpa de alquiler mensual, Miramar en un año de pubertad pulsional y olvidable, otra vez Gesell de adolescente sexuada y tímida, rodeada de amigas y un vino blanco barato que inundaba las grietas de un melón partido al medio. No. No hay nada más careta que un verano en la costa. Eso hace que, por oposición, no haya nada menos careta que un verano en la ciudad. Y, siguiendo con esta lógica, el carácter transitivo convierte en careta al invierno urbano.

Máscaras muy diferentes cubren el calor del balneario y el frío de Buenos Aires. ¿O lo son tanto? Cuerpos ocultos tras capas de sweaters, manos enfundadas en guantes que endurecen el tacto hasta quebrarlo; los amantes se dan la mano y no la sienten. O el caprichoso croquis de pieles en la arena, figuras que el mar engulle y vomita como en un espasmo. Brillo labial y sombra de ojos dibujan las sonrisas sincopadas en el boliche de la peatonal, para que un rato después los besos anónimos las desdibujen.

Debajo de todo aquello, ¿dónde estás? ¿Dónde estoy? En La vida descalzo Alan Pauls describió la poesía de Cabo Polonio en julio.
Quiero estar en la playa cuando se han ido, los que tapan toda la arena con celofán.

¿Y en la ciudad del verano? No hay brisa marina sino sudor.
Buenos Aires, 95 % de humedad, no me verás en el subte.
Sólo quedará caminar por la calle abrasadora. Asfalto desvistemé. Entre minis, musculosas y escotes, cada porción de desnudez cobra sentido; tan, tan distinto del despojo mecánico de la bikini. La sutil diferencia -delimitadora del concepto de erotismo- entre sugerir y mostrar.

Cuando ha pasado el furor de gente y bolsos en Retiro, y miles de autos dejaron su huella en el pavimento de la ruta 2, aquí parecemos otros. En Corrientes, en 9 de julio, en Rivadavia; en el centro y en los cien barrios porteños, quedan pocos.
Entonces, no queda más remedio que mirarse.

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